Era un sábado. Ese día, tenía una fiesta de cumpleaños de un
amigo. La fiesta no tenía nada de especial, excepto por una cosa… Sólo éramos dos chicas, una prima del cumpleañero y yo, y ocho chicos. De esos ocho, uno de ellos, era
especial… Estábamos muy bien celebrándolo, hasta que horribles momentos que
había vivido empezaron a torturar mi cabeza, sin motivo alguno. Así que me fui
de allí para que evitaran verme y me dirigí a un banco de su jardín. Me senté,
llorando unos minutos allí. Escuché unos pasos, pero los ignoré. Enseguida,
encontré a uno de los chicos, del que estoy enamorada desde siempre. Iba en
bañador, con el torso desnudo. Al verlo, mi corazón estalló y empezó a latir
como nunca antes lo había hecho. Nos miramos, aparté mi mirada, pero él siguió
mirándome. Sus ojos eran oscuros, tal vez por apenas luz que recibíamos de la
luna, pero eran preciosos. Seguí llorando, esta vez, más nerviosa. Y él empezó
a hablar:
- No tienes
por qué llorar. Realmente no mereces esas lágrimas.
+ ¿Cómo estás tan seguro?
- Sólo hay que verte. Lo último que mereces es llorar por esos
motivos.
Sus últimas palabras me mataron. Eran las palabras más perfectas
que jamás había escuchado. Él miró hacia el cielo. Se acercó a mí y comenzó a
abrazarme. No me pude resistir y le devolví el abrazo. Estaba tocando su piel,
la que más había deseado. En esos momentos, olvidé todos mis problemas y lloré,
esta vez, de emoción. Apoyé mi cabeza en su hombro. Mientras, mis lágrimas
atravesaban mi rostros, llegaban a él recorriendo lentamente su espalda llena
de pecas. En ese instante, no me importaba nada, sólo, que ese momento durase
para siempre…